DEPARTAMENTO DE TEOLOGÍA Y FORMACIÓN MINISTERIAL (DETYM) “SANTA MARÍA DEL NUEVO ÉXODO”
Altos de Jumaj, zona 6, Huehuetenango. Teléfono 78303512
CARRERA: DIPLOMADO EN TEOLOGÍA BÁSICA PARA EL PUEBLO DE DIOS
SEXTO SEMESTRE: TESTIMONIO CRISTIANO EN EL MUNDO.
CURSO: P – 11 Pastoral social: Compromiso del cristiano en la sociedad.
PRIMERA CLASE
TERCERA CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR EDUARDO AGUIRRE-OESTMANN,OBISPO PRIMADO DE LA IGLESIA CATÓLICA ECUMÉNICA RENOVADA
“VI UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA”
A las comunidades eclesiales que forman la Iglesia Católica Ecuménica Renovada a través del mundo, junto a sus presbíteros, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas: ¡Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre ustedes!
INTRODUCCIÓN
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar.”[1] Con estas palabras el apóstol Juan, en el libro del Apocalipsis, describe la novedad y el carácter integral de la salvación que Jesucristo realizó. Por Jesucristo, el primer cielo y la primera tierra, dominados por las fuerzas del mal, y el mar, que en la simbología apocalíptica es la sede del mal, han perdido su vigencia. Ahora por Él, el cielo nuevo, es decir, la fuerza del Espíritu Santo y el Reino de Dios, ha llegado hasta nosotros[2] y la tierra nueva en donde serán “secadas todas las lágrimas, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir”[3], se manifiesta y se convierte en experiencia histórica, en la medida en la que ese Reino de Dios va impregnando y transformando todas las estructuras del mundo y las relaciones entre los seres humanos.
Hasta el momento, no hemos afrontado en forma explícita y directa, cuestiones relacionadas con lo que implica asumir el compromiso de trabajar para que la presencia del Reino de Dios que ha llegado hasta nosotros, se exprese a través del compromiso comunitario, social y político del pueblo de Dios que forma nuestra Iglesia.Considerando que el centro de la misión que el Señor nos ha confiado implica asumir el mandato que dio a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a todas las criaturas, …háganlas mis discípulos; y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”[4]; y convencidos de que para cumplirlo es necesario redescubrir, asumir e implementar íntegramente el estilo de vida, de culto y de organización que caracterizó a la iglesia primitiva, de acuerdo a lo que nos transmiten la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y la enseñanza de los Santos Padres, en las primeras dos Cartas Pastorales, hemos abordado cuestiones referentes a la identidad y organización de la Iglesia y a la forma de cumplir el encargo que el Señor nos ha confiado. En las presentes circunstancias, es sentir común del Presbiterio y del Pueblo de Dios que, en base a los consensos que hemos alcanzado, sea publicada la presente Carta Pastoral, ofreciendo criterios y perspectivas que sirvan para orientar las actitudes y posturas que estamos llamados a asumir en el ámbito de la vida social, política, cultural y económica, tanto a nivel de Iglesia, como de comunidades, y de fieles. Los contenidos fundamentales de la Carta son resultado de los diálogos y encuentros que a través de varios meses hemos tenido con el Presbiterio y con los líderes de las comunidades, reunidos en los diferentes decanatos en los que se encuentra estructurada la Iglesia en Guatemala.
PRIMERA PARTE
CONTEXTO QUE MOTIVA LA PRESENTE CARTA.
Hay ciertas cuestiones específicas que nos han hecho considerar que era oportuno publicar esta Carta. Al presentarlas no pretendemos hacer un análisis global de la realidad social, política y económica actual de Guatemala. Simplemente se trata de señalar contextos que afectan la vida de las comunidades y, ante los cuales, como Iglesia y como creyentes, nos sentimos llamados a tomar una postura y a ofrecer perspectivas que ayuden a asumir una actitud consciente, responsable y coherente con nuestra fe.
1. La crisis ante el contexto de inseguridad y de violencia que se vive.
Indudablemente uno de los factores que atormentan con mayor intensidad la vida de las personas, de las familias y de las poblaciones es la situación de inseguridad y violencia generalizadas. Los asesinatos –que son cometidos cada vez en forma más brutal y repugnante-, las extorsiones, los secuestros, los robos y otra serie de crímenes, han generado por todas partes dolor, están desalentando el trabajo y la capacidad productiva; frenan el progreso y provocan estados de ansiedad, de miedo y de tensión. Ante la vulnerabilidad y la falta de protección en que las poblaciones se encuentran, muchas veces se ha tomado la justicia por las propias manos, recurriendo también a la violencia. Esto en muchos casos ha traído una calma momentánea, pero ha dejado heridas latentes y ha provocado que se ahonde en el resentimiento y la falta de respeto a la vida y a los valores
fundamentales.
2. La conflictividad y polarización generadas ante las consultas comunitarias.
En muchas de las áreas en que se encuentran las comunidades que hacen parte de la Iglesia, en tiempos recientes, se han multiplicado las consultas comunitarias sobre cuestiones relacionadas con el aprovechamiento de los recursos naturales y la implementación de proyectos de desarrollo.
Estas consultas generalmente han sido impulsadas por organizaciones sociales, étnicas, religiosas o de otra índole que, aprovechando la falta de una información objetiva e integral de parte de las poblaciones rurales, las han manipulado para que se cierren a cualquier forma de cambio. Como consecuencia, se han creado situaciones de confrontación y violencia; el orden institucional se ha visto alterado; muchas comunidades han sido polarizadas; se han promovido formas de terrorismo social que violan derechos humanos fundamentales y han causado graves daños a la vida social y económica, no solo de las poblaciones involucradas directamente sino de todo el país.
Y, sobre todo, se ha engañado a los pobladores, haciéndoles creer que lo que se buscaba era la defensa de sus derechos, mientras que, en realidad, lo que se hacía era utilizarlos para conseguir intereses particulares. En tales circunstancias, al pueblo se le ha condenado a seguir sumido en la pobreza. En virtud de ello, muchísimas personas se han visto obligadas a buscar su subsistencia emigrando a otros lugares, lo que con frecuencia conlleva el riesgo de perder la vida, provoca la desintegración de las familias, hace que se tenga que vivir en la clandestinidad y que se deba afrontar otra serie de factores de alto riesgo.
3. La utilización de los recursos públicos para impulsar proyectos selectivos y discriminatorios.
Otro de los factores que han afectado la vida de las poblaciones en los últimos años es la implementación de ciertos proyectos de ayuda que, aunque sirven para resolver algunas necesidades inmediatas, no solo no constituyen una solución real a los problemas sino generan dificultades aún mayores. Por un lado crean dependencia y adormecimiento en las personas, en lugar de impulsar a la superación, al progreso y al desarrollo de la capacidad de autosatisfacción de las propias necesidades. Por otra parte, generan discriminación, pues generalmente la forma de seleccionar a los beneficiarios de los programas, no está ligada a criterios objetivos que se fundamenten en las necesidades reales de las personas sino a compadrazgos y a la aceptación de condicionamientos denigrantes e incluso ilegales, como afiliaciones políticas, participación en manifestaciones populistas, realización de viajes onerosos y espera de largos tiempos para recibir como limosna algo que debería ser entregado como el reconocimiento de un derecho.
Además se genera corrupción, pues no es raro que los costos de los beneficios recibidos sean incluso diez veces más altos que los que se tendrían si fueran otorgados en forma honesta y transparente. La implementación arbitraria e improvisada de muchos de estos programas también provoca que, por falta de recursos y de planificación, no se lleven a cabo proyectos de desarrollo sostenible; la infraestructura no solo no se incremente, para responder a las necesidades apremiantes del pueblo, sino que la ya
existente se vaya deteriorando aceleradamente; y no se logre cumplir con una serie de compromisos adquiridos.
4. La contienda política que se está llevando a cabo.
El acercarse de las elecciones políticas en Guatemala es también causa de incertidumbre y de confusión.
Cada ciudadano está llamado a votar en forma libre y responsable y, sin embargo, muchas veces no se cuenta con la información necesaria para hacer una valoración seria y tomar decisiones verdaderamente maduras.
Las campañas están llenas de demagogia: se ofrece dar regalos y prebendas y realizar proyectos, pero no se hacen planteamientos serios que permitan afrontar los problemas para encontrarles solución y para crear alternativas de desarrollo que
permitan labrar un futuro mejor. Con frecuencia se trata de “comprar”la voluntad de los líderes de las comunidades con ofrecimientos o pequeños incentivos, para que, con la influencia que tienen, logren el apoyo del pueblo a partidos y candidatos, que no presentan programas de gobierno viables sino hacen solamente vagas promesas.
Ante la situación tan compleja y tan dolorosa que se vive, en cumplimiento de la misión que hemos recibido del Señor, publicamos la presente Carta Pastoral con la finalidad de:
- Recordar las características y los límites de nuestra misión como Iglesia y las responsabilidades y deberes que tienen los miembros de la Iglesia como ciudadanos y miembros de las comunidades.
- Presentar, desde nuestra perspectiva, cuáles son las características y los alcances de la misión que Dios confió al ser humano con respecto a la creación.
- Ofrecer ciertos criterios que ayuden al Pueblo de Dios a cumplir consciente y responsablemente sus deberes comunitarios, sociales y cívicos.
SEGUNDA PARTE
NUESTRA MISIÓN COMO IGLESIA Y LAS RESPONSABILIDADES CIUDADANAS.
1. La proclamación del Evangelio.
Como recordamos en la introducción de esta Carta, brevemente podemos decir que la misión de la Iglesia consiste en la“Proclamación del Evangelio”. Esta sencilla frase necesita ser entendida en su sentido integral, para captar cuáles son las implicaciones que acarrea y los efectos concretos que produce. En primer lugar es conveniente recordar cuál es el núcleo del Evangelio. San Juan lo presenta en forma clara y sencilla. La Buena Noticia consiste en el anuncio de que “a quienes recibieron y creyeron en –Jesús, la Palabra que vino al mundo–, se les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.”[5] Y el acto de “Proclamar”, no consiste en un mero anuncio vago o en una predicación verbal sino requiere que lo anunciado se haga realidad, se convierta en experiencia y en vida. La misión de la Iglesia es, por lo mismo, anunciar a cada ser humano que ha sido elegido para ser hijo de Dios y ofrecerle, a través de la vida eclesial y, específicamente, de los sacramentos, los medios para que esa elección se haga realidad, haciéndole crecer hasta alcanzar su plenitud. San Pablo en la segunda Carta a los Corintios explica ese proceso de la siguiente manera: “Cuando una persona se vuelve al Señor, un velo se le quita. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu.” [6] San Juan en su primera Carta enseña que por la fe que hace hijos de Dios, se recibe el Espíritu. Éste se constituye en el creyente en el principio y garantía de todo conocimiento: “Ustedes tienen el Espíritu Santo con el que Jesucristo los ha consagrado, y no necesitan que nadie les enseñe, porque el Espíritu que él les ha dado los instruye acerca de todas las cosas, y sus enseñanzas son verdad y no mentira.” [7] San Cirilo de Alejandría sintetiza estas perspectivas con hermosas palabras: “La Palabra unigénita de Dios Padre comunica a los santos –refiriéndose a todos los que creen en Jesucristo– una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud”[8]. Si la Iglesia cumple efectiva y eficazmente su misión específica, entonces, se convierte en instrumento a través del cual cada uno de sus miembros adquiere la capacidad de conocer la verdad, de practicar la virtud y de reconocer los caminos que le llevan a alcanzar la verdadera justicia y la libertad.[9]
El creyente que ha crecido en la fe y en la iluminación del Espíritu, tiene la capacidad de actuar libre, madura y responsablemente, tanto en la edificación de la Iglesia, como en la construcción de una sociedad justa y pacífica, que manifieste la tierra nueva, en donde se ha enjugado el llanto y reinan la justicia y la paz[10].
2. Dos planos en los que se cumple la misión de la Iglesia.
Es en este contexto, que podemos hablar de dos planos claramente diferenciables en lo que respecta al cumplimiento de la misión eclesial. La Iglesia como depositaria de la Divina Revelación e instrumento para la comunicación de la vida divina, especialmente a través de la celebración de los Sacramentos, está llamada a anunciar y hacer accesible a todos el Evangelio, a
través del cual el cielo nuevo se va manifestando[11], como presencia del Reino de Dios; porque unidos a Cristo, los creyentes se van convirtiendo en nueva persona[12]. Precisamente para garantizar que esta dimensión de la misión de la Iglesia sea cumplida de manera viva, fiel, accesible y operante a través del tiempo, el Señor instituye el Ministerio Ordenado. Éste, compuesto por los obispos y los presbíteros, tiene el encargo específico de proclamar integralmente el Evangelio, a través de la predicación y la vida sacramental.
Por otra parte, los creyentes, al ser convertidos en persona nueva; al recibir la luz del Espíritu Santo que les instruye acerca de todas las cosas; y al tener capacidad de conocer la verdad y practicar la virtud; reciben, junto a todos esos dones, la misión de plasmar en su persona y en todos los niveles de la vida familiar, social y política, esa nueva realidad que les ha dado el conocimiento y la libertad, para lograr que la “tierra nueva” iniciada por Cristo, se manifieste en la experiencia histórica de todos los pueblos. El primer plano de la misión es cumplido por la iglesia como Cuerpo de Cristo en su totalidad y, quienes ejercen el Ministerio Ordenado, son los encargados específicos, aunque no exclusivos, de cumplirlo, pues, de acuerdo a los dones recibidos y a las posibilidades concretas, todo el pueblo de Dios debe también participar activamente en esta fase del compromiso eclesial. El segundo plano de la misión corresponde ejercerlo a los creyentes a título personal, aunque como miembros del mismo Cuerpo de Cristo. El primer plano se ejerce íntegra y totalmente desde la luz de la fe y de acuerdo a lo contenido en la Divina Revelación, expresada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva. El segundo plano lo actúa el creyente con la libertad y la responsabilidad de que goza como hijo de Dios y con la necesaria autonomía que le permita entrar en diálogo abierto con las realidades del mundo, para impulsar su crecimiento y transformación. Una comprensión adecuada de la diferencia que existe entre estos dos planos es imprescindible, especialmente cuando se vive en la sociedad abierta y pluralista como la nuestra.
Por una parte se evitan las formas de clericalismo y las pseudo-teocracias. El clericalismo se manifiesta cuando las jerarquías religiosas, tratan de imponer sobre los pueblos, modelos sociales, políticos y económicos específicos, fundamentados en una comprensión equívoca de la Revelación; intentando en muchos casos, incluso ser los gestores de los mismos. Las pseudo-teocracias se establecen cuando se pretenden fundamentar en las Sagradas Escrituras sistemas morales, políticos o económicos que se tratan de imponer sobre una sociedad, cerrándose al pluralismo y suprimiendo los derechos de las minorías. Por otra parte, son obviados los falsos espiritualismos y los dualismos que separan completamente la fe de las opciones morales, sociales y políticas de los creyentes. Creo que en este contexto podemos comprender el significado del diálogo que, según el evangelio, se realizó entre los fariseos y los herodianos con Jesús, acerca de los impuestos: Le dijeron a Jesús: “¿Está bien que paguemos impuestos al emperador romano, o no? Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo:—Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas? Enséñenme la moneda con que se paga el impuesto. Le trajeron un denario, y Jesús les preguntó:—¿De quién es esta cara y el nombre que aquí está escrito? Le contestaron:—Del emperador. Jesús les dijo entonces:—Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios.”[13]
[1] Ap 21,1.
[2] Cf. Lc 17,21.
[3] Ap 21, 4
[4] Mc 16,16; Mt 28,19-20
[5] Jn, 1,12-13.
[6] 2Cor 3,16-18.
[7] 1Jn 2,27.
[8] San Cirilo de Alejandría, Comentarios al Evangelio de san Juan, 10,2.
[9] Cf. Jn 8,31.
[10] Cf Sal 85,10-11.
[11] Cf. Ap 21,1.
[12] Cf 2Cor 7,17.
[13] Mt 22,17-21.
Altos de Jumaj, zona 6, Huehuetenango. Teléfono 78303512
CARRERA: DIPLOMADO EN TEOLOGÍA BÁSICA PARA EL PUEBLO DE DIOS
SEXTO SEMESTRE: TESTIMONIO CRISTIANO EN EL MUNDO.
CURSO: P – 11 Pastoral social: Compromiso del cristiano en la sociedad.
PRIMERA CLASE
TERCERA CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR EDUARDO AGUIRRE-OESTMANN,OBISPO PRIMADO DE LA IGLESIA CATÓLICA ECUMÉNICA RENOVADA
“VI UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA”
A las comunidades eclesiales que forman la Iglesia Católica Ecuménica Renovada a través del mundo, junto a sus presbíteros, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas: ¡Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre ustedes!
INTRODUCCIÓN
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar.”[1] Con estas palabras el apóstol Juan, en el libro del Apocalipsis, describe la novedad y el carácter integral de la salvación que Jesucristo realizó. Por Jesucristo, el primer cielo y la primera tierra, dominados por las fuerzas del mal, y el mar, que en la simbología apocalíptica es la sede del mal, han perdido su vigencia. Ahora por Él, el cielo nuevo, es decir, la fuerza del Espíritu Santo y el Reino de Dios, ha llegado hasta nosotros[2] y la tierra nueva en donde serán “secadas todas las lágrimas, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir”[3], se manifiesta y se convierte en experiencia histórica, en la medida en la que ese Reino de Dios va impregnando y transformando todas las estructuras del mundo y las relaciones entre los seres humanos.
Hasta el momento, no hemos afrontado en forma explícita y directa, cuestiones relacionadas con lo que implica asumir el compromiso de trabajar para que la presencia del Reino de Dios que ha llegado hasta nosotros, se exprese a través del compromiso comunitario, social y político del pueblo de Dios que forma nuestra Iglesia.Considerando que el centro de la misión que el Señor nos ha confiado implica asumir el mandato que dio a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a todas las criaturas, …háganlas mis discípulos; y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”[4]; y convencidos de que para cumplirlo es necesario redescubrir, asumir e implementar íntegramente el estilo de vida, de culto y de organización que caracterizó a la iglesia primitiva, de acuerdo a lo que nos transmiten la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y la enseñanza de los Santos Padres, en las primeras dos Cartas Pastorales, hemos abordado cuestiones referentes a la identidad y organización de la Iglesia y a la forma de cumplir el encargo que el Señor nos ha confiado. En las presentes circunstancias, es sentir común del Presbiterio y del Pueblo de Dios que, en base a los consensos que hemos alcanzado, sea publicada la presente Carta Pastoral, ofreciendo criterios y perspectivas que sirvan para orientar las actitudes y posturas que estamos llamados a asumir en el ámbito de la vida social, política, cultural y económica, tanto a nivel de Iglesia, como de comunidades, y de fieles. Los contenidos fundamentales de la Carta son resultado de los diálogos y encuentros que a través de varios meses hemos tenido con el Presbiterio y con los líderes de las comunidades, reunidos en los diferentes decanatos en los que se encuentra estructurada la Iglesia en Guatemala.
PRIMERA PARTE
CONTEXTO QUE MOTIVA LA PRESENTE CARTA.
Hay ciertas cuestiones específicas que nos han hecho considerar que era oportuno publicar esta Carta. Al presentarlas no pretendemos hacer un análisis global de la realidad social, política y económica actual de Guatemala. Simplemente se trata de señalar contextos que afectan la vida de las comunidades y, ante los cuales, como Iglesia y como creyentes, nos sentimos llamados a tomar una postura y a ofrecer perspectivas que ayuden a asumir una actitud consciente, responsable y coherente con nuestra fe.
1. La crisis ante el contexto de inseguridad y de violencia que se vive.
Indudablemente uno de los factores que atormentan con mayor intensidad la vida de las personas, de las familias y de las poblaciones es la situación de inseguridad y violencia generalizadas. Los asesinatos –que son cometidos cada vez en forma más brutal y repugnante-, las extorsiones, los secuestros, los robos y otra serie de crímenes, han generado por todas partes dolor, están desalentando el trabajo y la capacidad productiva; frenan el progreso y provocan estados de ansiedad, de miedo y de tensión. Ante la vulnerabilidad y la falta de protección en que las poblaciones se encuentran, muchas veces se ha tomado la justicia por las propias manos, recurriendo también a la violencia. Esto en muchos casos ha traído una calma momentánea, pero ha dejado heridas latentes y ha provocado que se ahonde en el resentimiento y la falta de respeto a la vida y a los valores
fundamentales.
2. La conflictividad y polarización generadas ante las consultas comunitarias.
En muchas de las áreas en que se encuentran las comunidades que hacen parte de la Iglesia, en tiempos recientes, se han multiplicado las consultas comunitarias sobre cuestiones relacionadas con el aprovechamiento de los recursos naturales y la implementación de proyectos de desarrollo.
Estas consultas generalmente han sido impulsadas por organizaciones sociales, étnicas, religiosas o de otra índole que, aprovechando la falta de una información objetiva e integral de parte de las poblaciones rurales, las han manipulado para que se cierren a cualquier forma de cambio. Como consecuencia, se han creado situaciones de confrontación y violencia; el orden institucional se ha visto alterado; muchas comunidades han sido polarizadas; se han promovido formas de terrorismo social que violan derechos humanos fundamentales y han causado graves daños a la vida social y económica, no solo de las poblaciones involucradas directamente sino de todo el país.
Y, sobre todo, se ha engañado a los pobladores, haciéndoles creer que lo que se buscaba era la defensa de sus derechos, mientras que, en realidad, lo que se hacía era utilizarlos para conseguir intereses particulares. En tales circunstancias, al pueblo se le ha condenado a seguir sumido en la pobreza. En virtud de ello, muchísimas personas se han visto obligadas a buscar su subsistencia emigrando a otros lugares, lo que con frecuencia conlleva el riesgo de perder la vida, provoca la desintegración de las familias, hace que se tenga que vivir en la clandestinidad y que se deba afrontar otra serie de factores de alto riesgo.
3. La utilización de los recursos públicos para impulsar proyectos selectivos y discriminatorios.
Otro de los factores que han afectado la vida de las poblaciones en los últimos años es la implementación de ciertos proyectos de ayuda que, aunque sirven para resolver algunas necesidades inmediatas, no solo no constituyen una solución real a los problemas sino generan dificultades aún mayores. Por un lado crean dependencia y adormecimiento en las personas, en lugar de impulsar a la superación, al progreso y al desarrollo de la capacidad de autosatisfacción de las propias necesidades. Por otra parte, generan discriminación, pues generalmente la forma de seleccionar a los beneficiarios de los programas, no está ligada a criterios objetivos que se fundamenten en las necesidades reales de las personas sino a compadrazgos y a la aceptación de condicionamientos denigrantes e incluso ilegales, como afiliaciones políticas, participación en manifestaciones populistas, realización de viajes onerosos y espera de largos tiempos para recibir como limosna algo que debería ser entregado como el reconocimiento de un derecho.
Además se genera corrupción, pues no es raro que los costos de los beneficios recibidos sean incluso diez veces más altos que los que se tendrían si fueran otorgados en forma honesta y transparente. La implementación arbitraria e improvisada de muchos de estos programas también provoca que, por falta de recursos y de planificación, no se lleven a cabo proyectos de desarrollo sostenible; la infraestructura no solo no se incremente, para responder a las necesidades apremiantes del pueblo, sino que la ya
existente se vaya deteriorando aceleradamente; y no se logre cumplir con una serie de compromisos adquiridos.
4. La contienda política que se está llevando a cabo.
El acercarse de las elecciones políticas en Guatemala es también causa de incertidumbre y de confusión.
Cada ciudadano está llamado a votar en forma libre y responsable y, sin embargo, muchas veces no se cuenta con la información necesaria para hacer una valoración seria y tomar decisiones verdaderamente maduras.
Las campañas están llenas de demagogia: se ofrece dar regalos y prebendas y realizar proyectos, pero no se hacen planteamientos serios que permitan afrontar los problemas para encontrarles solución y para crear alternativas de desarrollo que
permitan labrar un futuro mejor. Con frecuencia se trata de “comprar”la voluntad de los líderes de las comunidades con ofrecimientos o pequeños incentivos, para que, con la influencia que tienen, logren el apoyo del pueblo a partidos y candidatos, que no presentan programas de gobierno viables sino hacen solamente vagas promesas.
Ante la situación tan compleja y tan dolorosa que se vive, en cumplimiento de la misión que hemos recibido del Señor, publicamos la presente Carta Pastoral con la finalidad de:
- Recordar las características y los límites de nuestra misión como Iglesia y las responsabilidades y deberes que tienen los miembros de la Iglesia como ciudadanos y miembros de las comunidades.
- Presentar, desde nuestra perspectiva, cuáles son las características y los alcances de la misión que Dios confió al ser humano con respecto a la creación.
- Ofrecer ciertos criterios que ayuden al Pueblo de Dios a cumplir consciente y responsablemente sus deberes comunitarios, sociales y cívicos.
SEGUNDA PARTE
NUESTRA MISIÓN COMO IGLESIA Y LAS RESPONSABILIDADES CIUDADANAS.
1. La proclamación del Evangelio.
Como recordamos en la introducción de esta Carta, brevemente podemos decir que la misión de la Iglesia consiste en la“Proclamación del Evangelio”. Esta sencilla frase necesita ser entendida en su sentido integral, para captar cuáles son las implicaciones que acarrea y los efectos concretos que produce. En primer lugar es conveniente recordar cuál es el núcleo del Evangelio. San Juan lo presenta en forma clara y sencilla. La Buena Noticia consiste en el anuncio de que “a quienes recibieron y creyeron en –Jesús, la Palabra que vino al mundo–, se les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.”[5] Y el acto de “Proclamar”, no consiste en un mero anuncio vago o en una predicación verbal sino requiere que lo anunciado se haga realidad, se convierta en experiencia y en vida. La misión de la Iglesia es, por lo mismo, anunciar a cada ser humano que ha sido elegido para ser hijo de Dios y ofrecerle, a través de la vida eclesial y, específicamente, de los sacramentos, los medios para que esa elección se haga realidad, haciéndole crecer hasta alcanzar su plenitud. San Pablo en la segunda Carta a los Corintios explica ese proceso de la siguiente manera: “Cuando una persona se vuelve al Señor, un velo se le quita. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu.” [6] San Juan en su primera Carta enseña que por la fe que hace hijos de Dios, se recibe el Espíritu. Éste se constituye en el creyente en el principio y garantía de todo conocimiento: “Ustedes tienen el Espíritu Santo con el que Jesucristo los ha consagrado, y no necesitan que nadie les enseñe, porque el Espíritu que él les ha dado los instruye acerca de todas las cosas, y sus enseñanzas son verdad y no mentira.” [7] San Cirilo de Alejandría sintetiza estas perspectivas con hermosas palabras: “La Palabra unigénita de Dios Padre comunica a los santos –refiriéndose a todos los que creen en Jesucristo– una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud”[8]. Si la Iglesia cumple efectiva y eficazmente su misión específica, entonces, se convierte en instrumento a través del cual cada uno de sus miembros adquiere la capacidad de conocer la verdad, de practicar la virtud y de reconocer los caminos que le llevan a alcanzar la verdadera justicia y la libertad.[9]
El creyente que ha crecido en la fe y en la iluminación del Espíritu, tiene la capacidad de actuar libre, madura y responsablemente, tanto en la edificación de la Iglesia, como en la construcción de una sociedad justa y pacífica, que manifieste la tierra nueva, en donde se ha enjugado el llanto y reinan la justicia y la paz[10].
2. Dos planos en los que se cumple la misión de la Iglesia.
Es en este contexto, que podemos hablar de dos planos claramente diferenciables en lo que respecta al cumplimiento de la misión eclesial. La Iglesia como depositaria de la Divina Revelación e instrumento para la comunicación de la vida divina, especialmente a través de la celebración de los Sacramentos, está llamada a anunciar y hacer accesible a todos el Evangelio, a
través del cual el cielo nuevo se va manifestando[11], como presencia del Reino de Dios; porque unidos a Cristo, los creyentes se van convirtiendo en nueva persona[12]. Precisamente para garantizar que esta dimensión de la misión de la Iglesia sea cumplida de manera viva, fiel, accesible y operante a través del tiempo, el Señor instituye el Ministerio Ordenado. Éste, compuesto por los obispos y los presbíteros, tiene el encargo específico de proclamar integralmente el Evangelio, a través de la predicación y la vida sacramental.
Por otra parte, los creyentes, al ser convertidos en persona nueva; al recibir la luz del Espíritu Santo que les instruye acerca de todas las cosas; y al tener capacidad de conocer la verdad y practicar la virtud; reciben, junto a todos esos dones, la misión de plasmar en su persona y en todos los niveles de la vida familiar, social y política, esa nueva realidad que les ha dado el conocimiento y la libertad, para lograr que la “tierra nueva” iniciada por Cristo, se manifieste en la experiencia histórica de todos los pueblos. El primer plano de la misión es cumplido por la iglesia como Cuerpo de Cristo en su totalidad y, quienes ejercen el Ministerio Ordenado, son los encargados específicos, aunque no exclusivos, de cumplirlo, pues, de acuerdo a los dones recibidos y a las posibilidades concretas, todo el pueblo de Dios debe también participar activamente en esta fase del compromiso eclesial. El segundo plano de la misión corresponde ejercerlo a los creyentes a título personal, aunque como miembros del mismo Cuerpo de Cristo. El primer plano se ejerce íntegra y totalmente desde la luz de la fe y de acuerdo a lo contenido en la Divina Revelación, expresada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva. El segundo plano lo actúa el creyente con la libertad y la responsabilidad de que goza como hijo de Dios y con la necesaria autonomía que le permita entrar en diálogo abierto con las realidades del mundo, para impulsar su crecimiento y transformación. Una comprensión adecuada de la diferencia que existe entre estos dos planos es imprescindible, especialmente cuando se vive en la sociedad abierta y pluralista como la nuestra.
Por una parte se evitan las formas de clericalismo y las pseudo-teocracias. El clericalismo se manifiesta cuando las jerarquías religiosas, tratan de imponer sobre los pueblos, modelos sociales, políticos y económicos específicos, fundamentados en una comprensión equívoca de la Revelación; intentando en muchos casos, incluso ser los gestores de los mismos. Las pseudo-teocracias se establecen cuando se pretenden fundamentar en las Sagradas Escrituras sistemas morales, políticos o económicos que se tratan de imponer sobre una sociedad, cerrándose al pluralismo y suprimiendo los derechos de las minorías. Por otra parte, son obviados los falsos espiritualismos y los dualismos que separan completamente la fe de las opciones morales, sociales y políticas de los creyentes. Creo que en este contexto podemos comprender el significado del diálogo que, según el evangelio, se realizó entre los fariseos y los herodianos con Jesús, acerca de los impuestos: Le dijeron a Jesús: “¿Está bien que paguemos impuestos al emperador romano, o no? Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo:—Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas? Enséñenme la moneda con que se paga el impuesto. Le trajeron un denario, y Jesús les preguntó:—¿De quién es esta cara y el nombre que aquí está escrito? Le contestaron:—Del emperador. Jesús les dijo entonces:—Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios.”[13]
[1] Ap 21,1.
[2] Cf. Lc 17,21.
[3] Ap 21, 4
[4] Mc 16,16; Mt 28,19-20
[5] Jn, 1,12-13.
[6] 2Cor 3,16-18.
[7] 1Jn 2,27.
[8] San Cirilo de Alejandría, Comentarios al Evangelio de san Juan, 10,2.
[9] Cf. Jn 8,31.
[10] Cf Sal 85,10-11.
[11] Cf. Ap 21,1.
[12] Cf 2Cor 7,17.
[13] Mt 22,17-21.